Walter tiene sus dudas. Vacila entre comprar un jeep Willy estadounidense de los 50, con motor diésel de Toyota, frenos de aire alemanes, recién pintado y restaurado, por 32 mil pesos convertibles (casi 35 mil dólares) o esperar a 2014, a ver si el Estado pone a la venta un jeep a menor precio.
"No creo que vendan Cherokee ni Hummer, por el lío del bloqueo (embargo), pero quizás el Gobierno oferte alguno de fabricación francesa o británica. Me lo estoy pensando, pues lo quiero para el boteo (taxi). Y con el mal estado de las vías en la isla, no creo que los jeeps modernos aguanten el fuete (trajín) de los carros americanos de los años 40 y 50, que son auténticos tanques de guerra", señala Walter.
Decididamente, el anuncio oficial sobre la comercialización de autos por parte del Gobierno aún no ha provocado una rebaja sustancial de precios en el sector particular, donde el 95% de los coches que se venden son de uso.
Si usted se informa en el mercado automovilístico de la capital, verá que cualquier antigualla salida de los talleres de Detroit hace seis décadas, ahora mismo, cuestan entre 12 mil y 30 mil dólares, los mejor conservados.
Por supuesto, en la economía subterránea cubana se vendían Ladas, Moskovich y hasta tractores por piezas.
En 2011, el régimen comprendió que tantas prohibiciones desatinadas contribuían a alimentar los exagerados precios. Y autorizó la venta de autos. Pero instauró una traba burocrática: sólo se podían comprar y vender autos viejos, estadounidenses o rusos. Los nuevos o de segunda mano únicamente se podían adquirir mediante una carta otorgada por un funcionario.
La que se armó. En no pocas ocasiones, las cartas costaban más caras que el vehículo que usted iba a comprar en una agencia estatal. Surgió un colosal entramado de corrupción. Para poner freno a la danza de billetes por debajo de la mesa, a partir de 2014 el régimen se involucrará en el negocio
Según la nota oficial, el Gobierno abrirá agencias a precios del mercado actual en Cuba. Daniel, un trabajador por cuenta propia que desea adquirir "un carrito surcoreano económico, nada espectacular", se lleva las manos a la cabeza cuando un amigo le dice que ese modelo, que en los EEUU o Brasil no cuesta más de tres mil dólares, en La Habana lo venderán a 9 mil cuc, casi 10 mil dólares.
El pretexto del régimen, de mantener los precios inflados, es que las ganancias se dedicarían a la adquisición de autobuses. En 55 años de revolución, jamás el país ha tenido un servicio de ómnibus urbano decente. Podría parecer una buena idea que con las ganancias de las ventas de autos se pueda subsidiar el transporte público.
Supongo que el régimen habrá realizado un estudio de mercado. Tal vez 200 mil cubanos puedan comprar coches nuevos entre 9 mil y 30 mil dólares. Demos por hecho que 200 mil ciudadanos los adquieran a un promedio de 10 mil dólares. Sería una venta neta de 2 mil millones de dólares.
Descontando la compra y el flete, las ganancias serían de mil millones de dólares. Con ese dinero se podrían adquirir 10 mil buses articulados, a 100 mil dólares cada uno. Parece una solución mágica: un puñado de personas, llamémosle de la clase media, sufragaría un transporte público que en 55 años de castrismo siempre ha sido un desastre.
Y exigir transparencia a las instituciones es sinónimo de contrarrevolución. Por tanto, desconoceremos de qué manera se irán invirtiendo los ingresos provenientes de las ventas de autos. ¿Destinarían también dinero para reparar y ampliar las añejas calzadas? Muchos aseguran que el mercado interno no es tan amplio para adquirir un Toyota Yaris o un Audi.
Una opción sería vender a plazos. De cualquier manera, se vislumbra muy difícil conciliar altos precios de ventas con un salario de 20 dólares mensuales y carreteras y calles como las de Zimbabwe.
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